domingo, 29 de enero de 2012

CAPíTULO IV

-¿Quien...soy?- Es la pregunta que se repite constantemente, amartillando su cerebro, sin piedad, como un eco incesante que no la deja respirar.
-¿Quien...soy?- Ella lo sabe, por lo menos sabe quien fue...Pero ahora, allí tendida, exhausta, agotada, con el pecho roto por una enorme tristeza....
La bella criatura ha recuperado toda su hermosura, allí, en el altar en la que fue depositada y donde a sido alimentada con la sangre que las doncellas dejaban manar de sus manos, y que con tanta ternura y delicadeza dejaban correr por sus labios, el néctar de la vida que han compartido con ella, la esencia vital que le ha devuelto la vida, que la ha rescatado del infinito sueño de la muerte.
Ella se mira las manos, unas manos finas, blancas, de dedos largos, las mueve, ve sus palmas, cierra los puños y vuelve a abrirlas, lentamente las baja y las deja descansar sobre su vientre, entrelazadas, ve como su pecho se hincha rítmicamente pero lento. Su cuerpo está sanado por completo, bajo la túnica puede adivinar ...
Pero...y su mente, ¿tambíen ha sido sanada? Entonces porqué el dolor es tan grande. Porqué se repite la misma pregunta, incesante, constante, cortante...
-¿Quien soy?.
Sabe quien fue...Uma la Princesa Vampira. Cuando se dejó llevar por el eterno abrazo de la muerte, era..., fue.... Una Princesa de la Muerte. Una Princesa inmortal, por eso, por quien era, por quien fue, es por lo que quiso conquistar la mortalidad....Pero y ahora, quien es.
Uma se incorpora lentamente, se queda sentada sobre la piedra, observa en silencio a las doncellas que sumisas esperan, postradas delante de ella. La esperan humildemente, pacientemente, esperan  a Uma. Ellas, las elegidas. esperan la respuesta de la que será su guia, su líder...Pero en la mente de Uma tan solo hay preguntas.
Uma se dirige a la que parece que lidera el peculiar grupo de doncellas.
-¿Por qué me habéis despertado?¡Habeis despertado a un monstruo!-Les increpa enfadada, espera una respuesta, aunque la teme , la princesa desea que la muchacha le conteste, ansiosa, necesita saber porqué.
-Mucha cosas han cambiado, Mi Señora- es la repuesta de la doncella.
Otra de las muchachas alzando la mirada hacia la princesa se atreve a decir, con voz temblorosa...
-Princesa, perdonar nuestra osadía, pero los cambios...nos obligan.
-¿Como te llamas? pregunta Uma.
-Yo soy Eblem, la quinta de las sacerdotisas. Fui elegida por las mayores como la quinta de las nueve sacerdotisas que Debian velar tu sueño eterno.
-Entonces, si debíais velar mi sueño. ¡Porqué no duermo!...
LLena se apresura a contestar.
-Soy Llena, la primera de las nueve, Mi Señora. Y aunque, fuimos elegidas para proteger su descanso, también debíamos despertarla de él, si así debía ser, y es así como ha sido.
-No es esto los que quiero oír..., lo que necesito oír, debo entender...quiero saber porqué y quiero saberlo ya-.
Uma se pone en pie, delante del altar, su pie por primera vez nota el contacto del frío suelo y por su cuerpo le recorre un leve escalofrío, la sensación del helado mármol le resulta atractivo y la reconforta, cierra los ojos, quiere retener esa sensación de vida en su mente. Solo unos segundos, apenas unos segundos permanece Uma con los ojos cerrados, enseguida los abre y dirige su mirada hacia Llena, una mirada interrogante, al tiempo que desafiante, tiene que saber que ocurre y su paciencia se agota.
-Hay una profecía- se apresura a complacer LLena y comienza su relato.
- La que reza nuestro credo,  es una religión revelada, trasmitida oralmente por las mayores, aprendida y respetada por todos. La profecía nos revela vuestro origen, temido e imparable. Pero aún así la Profecía afirma que la inmortal de alma mortal devolverá a la humanidad su sitio en el mundo, devolviendo el equilibrio al universo.
-Ahora... - prosigue Llena- ese equilibrio ha sido roto. Y debe ser recuperado, como lo hicisteis en otro tiempo ahora debéis guiarnos para volver a conquistarlo. Pero debéis ser paciente, aún no estaís recuperada, queda poco, pero aún no es el momento.
Uma a escuchado atentamente a Llena, pero su mente  no asimila los acontecimientos como algo digno, sigue ahogandola la misma sensación triste, y, la duda de quien es...la incesante pregunta ¿Quien soy? El depredador, o, la presa...

sábado, 7 de enero de 2012

capitulo III

La Guia Canesfé y el General Nodrmich se quedaron solos en la vasta cámara.


El General Nadormich permanecia inmóvil, no podía sentir ni frío, ni calor, tan solo un inexplicable ardor en su pecho, fuego que sentía cada vez que se encontraba ante ella.
El General Nadormich era un ser atractivo, de alta estatura. Con ojos grandes del color del acero y resplandecientes como el relámpago, en los que se leía una extraordinaria decisión y firmeza. Los largos cabellos negros, le caían sobre la espalda, como un poderoso manto. Vestía una especie de túnica del color de la noche, debajo de la coraza adaptada perfectamente a su torso, adornada con los emblemas y figuras propios del Clan del Fuego, al igual que los brazales de los antebrazos. Los calzones ceñidos a las piernas y botas con bordados de oro. En la cintura portaba tan solo una daga, adornada en su empuñadura con preciosas joyas. Todo el conjunto le daba un aspecto recio.


El General inclino la cabeza, con respeto.
-Mi señora-.  Su voz era solemne, pero en su mirada se podía apreciar la admiración que la figura de Canesfé despertaba en aquel ser orgulloso.


Canesfé permanecía muda e inmóvil, imponiendo silencio con el gesto; podía ver el reflejo de sus ojos en los ojos del General. Estaba llena de dudas, de preguntas sin respuesta, mas no dijo nada que pudiera perturbar el hechizo de ese instante. Habría congelado el tiempo, el universo, solo para permanecer, así, junto a él,  hasta el  final de los días.
Ha Canesfé la envolvía un halo de misterio, una fragancia mística, atractiva, contradictoria y, sin duda, misteriosa.
Embra de semblante sereno, su rostro reflejaba una belleza perenne que los años no le ha  podido arrebatar. Su piel blanca, inerte, contrasta con el negro de su cabello sedoso, cuidadosamente desordenado. Adornado tan solo con una tiara de oro que imita el color de sus ojos. Su vestido de fino brocado rojo, estaba envuelto por un corpiño sembrado de piedras preciosas.


Entre ambos había una mutua atracción que ellos ocultaban a los ojos de los demás,


-No soporto las conspiraciones.- Pensó en voz alta, sus palabras brotaron atropelladas, había indignación en su mirada.


-¿Uma?- Preguntó, el General. Cosa que se recriminó enseguida, puesto que sabia la respuesta a su desafortunada pregunta.


-No...sabes que no. No es la lealtad de mi hija la que está en tela de juicio, sino otra.- Canesfé se giró, dejó fija la mirada en el suelo, pensando... meditando bien el resto de la entrevista; confiaba en su General, confiaría la vida a su General...Se volvió hacia el General,  y cogió sus manos con las suyas..-Debemos ser fuertes ahora, vienen tiempos dificiles y hay que estar preparados.


El General Nadornch asintió. Aunque, lo hubiera hecho, cual quiera que hubiera sido la sugerencia o la orden de su adorada y en secreto amada Canesfé.

-¿Qué  puedes decirme del Príncipe Olta?.- preguntó Canesfé.

Rápidamente el General se apresuró ha responder. -Lo hice seguir por uno de mis soldados, escurridizo y leal...el General hizo una pausa, su semblante estaba ahora serio, extremadamente serio.

La Guia Canesfé, le instó a que continuara, quería saber, debía saberlo todo...

-El Príncipe Olta...-continuo el General, -Ambos sabemos, que, colecciona una gran cantidad de fechorías y crímenes...Pero no creo que los actos del príncipe se deban tan solo por un arrogante exceso de crueldad. Veo en sus acciones un plan siniestro, un plan terriblemente nocivo y mortífero. Ha tenido secretas reuniones con los lideres de otros Clanes, así como incursiones en las Tierras Sometidas con sus herederos, con el solo fin de apagar sus instintos asesinos y saciar su sangriento apetito..-Calló el General, dió por concluido se mensaje. Y, esperó la respuesta de su amada y admirada Canesfé.

Canesfé, asintió. Estaba bien... todo esto...las sospechas de su hija...incluso las suyas propias, no eran meras imaginaciones. Había que intervenir, con mano firme, o su casa, la sociedad a la que ella tan fervientemente servía, serían devoradas por el fuego del odio y la crueldad del Clan del Hielo.

viernes, 6 de enero de 2012

capitulo II

Se encuentra débil, muy débil. Una debilidad extrema invade su cuerpo, tan grande, que incluso le hace daño.
Solo puede mantener los ojos abiertos, unos segundos, y los párpados le caen como dos pesadas losas, privándola de la visión. Intenta abrir los ojos, ausentes de vida de nuevo, pero el esfuerzo la debilita aún más.
El delgado cuerpo de la criatura yace en una gran piedra a modo de altar, sobre un lienzo encarnado. Han sido las doncellas las que la han puesto ahí.
La rodean, susurran, cogidas de la mano, como encadenadas unas a las otras al rededor de la que yace dormida. La admiran y la temen, pero su credo les dicta protegerla, velarla...despertarla.
Da comienzo el ritual, deben compartir su esencia vital,  para devolverle, su espíritu errante en los tiempos,  al bello ser durmiente.Una de las doncellas alarga su fino brazo por encima del cuerpo de la durmiente, otra lo coge con extrema delicadeza y le hace un corte en la palma de la mano, de donde empieza a manar sangre de un rojo intenso; que acercan a los labios, ahora blanquecinos, de la criatura.
Le cuesta tragar, cree, que ni tan siquiera recuerda como debe hacerlo, pero conforme el calor del liquido escarlata y espeso inunda su boca, sus instintos actúan con propia voluntad y empieza a beber cada vez con más avidez. Haciendo despertar en al criatura miles de sensaciones.
La doncella aparta su mano,  ahora, fuente de vida, otra coge un trozo de tela y con cuidado y mimo la lía alrededor protegiendo la herida, como si del mayor de los tesoros se tratase. Y todas pacientemente vuelven a entrelazar sus manos, quedando unidas al rededor del ser durmiente.
Ella nota como se le hincha el pecho, respira aliviada, la presión que sentía a desaparecido, aunque su debilidad persiste. Toma aire, nota la fragancia fresca y suave de la vida, que flota a su alrededor. Expulsa el aire de sus pulmones poco a poco, su respiración se vuelve rítmica, aunque aún no consigue mantener los ojos abiertos. Las doncellas la dejan descansar, mientras velan su sueño.
Su cuerpo es extremadamente delgado, se puede ver su esqueleto a través de la piel, que parece transparente. Su  rostro inexpresivo no deja adivinar la belleza de la que fue en otro tiempo poseedora, y su cuerpo famélico nada tiene que ver con la figura esbelta de la que pudo presumir hace mucho, mucho tiempo. Tan solo abrigaba su estropeado cuerpo una melena oscura, larga y abandonada.
Las jóvenes doncellas la cubren con una túnica roja. ellas visten hábitos  blancos, sencillas vestimentas que solo adornan con unas modestas joyas alrededor de la cintura; descansan sobre sus hombros y abrigan sus espaladas largas melenas rizadas. Cabellos brillantes de color rojo como el oro fundido, bien cuidados, que adornan la simplicidad de sus ropas, dándoles un aspecto de solemne elegancia..
La estancia donde se encuentra el rudimentario altar  está envuelta con tapices de color carmesí, custodiados por antorchas que arden incesantes, danzando sus llamas al unisono.
Han pasado varias horas, desde que la criatura fue alimentada por primera vez,  la transformación se hace evidente, su cuerpo casi ha recuperado el esplendor del otro tiempo, del tiempo en que la criatura era admirada, del tiempo en que despertaba una fascinación temerosa, del tiempo pasado, del tiempo olvidado.
La doncellas han velado su renacer, inclinadas, unidas alrededor de la durmiente, susurrando, murmurando cánticos y oraciones heredadas de las primeras. Los aprendidos y sabidos, repetidos y recordados para cuando llegase el día del principio, el que dará paso al final. El día de hoy; las doncellas están preparadas para concluir con el ritual. La más antigua se levanta, soltando la mano de sus hermanas, alza sus brazos,  y comienza el recorrido por lo desconocido. Los tapices ondean en las paredes como si quisieran intervenir en el ultimo rito y  las antorchas avivan su llama enfurecidas por los acontecimientos presentes.