viernes, 6 de enero de 2012

capitulo II

Se encuentra débil, muy débil. Una debilidad extrema invade su cuerpo, tan grande, que incluso le hace daño.
Solo puede mantener los ojos abiertos, unos segundos, y los párpados le caen como dos pesadas losas, privándola de la visión. Intenta abrir los ojos, ausentes de vida de nuevo, pero el esfuerzo la debilita aún más.
El delgado cuerpo de la criatura yace en una gran piedra a modo de altar, sobre un lienzo encarnado. Han sido las doncellas las que la han puesto ahí.
La rodean, susurran, cogidas de la mano, como encadenadas unas a las otras al rededor de la que yace dormida. La admiran y la temen, pero su credo les dicta protegerla, velarla...despertarla.
Da comienzo el ritual, deben compartir su esencia vital,  para devolverle, su espíritu errante en los tiempos,  al bello ser durmiente.Una de las doncellas alarga su fino brazo por encima del cuerpo de la durmiente, otra lo coge con extrema delicadeza y le hace un corte en la palma de la mano, de donde empieza a manar sangre de un rojo intenso; que acercan a los labios, ahora blanquecinos, de la criatura.
Le cuesta tragar, cree, que ni tan siquiera recuerda como debe hacerlo, pero conforme el calor del liquido escarlata y espeso inunda su boca, sus instintos actúan con propia voluntad y empieza a beber cada vez con más avidez. Haciendo despertar en al criatura miles de sensaciones.
La doncella aparta su mano,  ahora, fuente de vida, otra coge un trozo de tela y con cuidado y mimo la lía alrededor protegiendo la herida, como si del mayor de los tesoros se tratase. Y todas pacientemente vuelven a entrelazar sus manos, quedando unidas al rededor del ser durmiente.
Ella nota como se le hincha el pecho, respira aliviada, la presión que sentía a desaparecido, aunque su debilidad persiste. Toma aire, nota la fragancia fresca y suave de la vida, que flota a su alrededor. Expulsa el aire de sus pulmones poco a poco, su respiración se vuelve rítmica, aunque aún no consigue mantener los ojos abiertos. Las doncellas la dejan descansar, mientras velan su sueño.
Su cuerpo es extremadamente delgado, se puede ver su esqueleto a través de la piel, que parece transparente. Su  rostro inexpresivo no deja adivinar la belleza de la que fue en otro tiempo poseedora, y su cuerpo famélico nada tiene que ver con la figura esbelta de la que pudo presumir hace mucho, mucho tiempo. Tan solo abrigaba su estropeado cuerpo una melena oscura, larga y abandonada.
Las jóvenes doncellas la cubren con una túnica roja. ellas visten hábitos  blancos, sencillas vestimentas que solo adornan con unas modestas joyas alrededor de la cintura; descansan sobre sus hombros y abrigan sus espaladas largas melenas rizadas. Cabellos brillantes de color rojo como el oro fundido, bien cuidados, que adornan la simplicidad de sus ropas, dándoles un aspecto de solemne elegancia..
La estancia donde se encuentra el rudimentario altar  está envuelta con tapices de color carmesí, custodiados por antorchas que arden incesantes, danzando sus llamas al unisono.
Han pasado varias horas, desde que la criatura fue alimentada por primera vez,  la transformación se hace evidente, su cuerpo casi ha recuperado el esplendor del otro tiempo, del tiempo en que la criatura era admirada, del tiempo en que despertaba una fascinación temerosa, del tiempo pasado, del tiempo olvidado.
La doncellas han velado su renacer, inclinadas, unidas alrededor de la durmiente, susurrando, murmurando cánticos y oraciones heredadas de las primeras. Los aprendidos y sabidos, repetidos y recordados para cuando llegase el día del principio, el que dará paso al final. El día de hoy; las doncellas están preparadas para concluir con el ritual. La más antigua se levanta, soltando la mano de sus hermanas, alza sus brazos,  y comienza el recorrido por lo desconocido. Los tapices ondean en las paredes como si quisieran intervenir en el ultimo rito y  las antorchas avivan su llama enfurecidas por los acontecimientos presentes.

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